Ayer el Getafe se metió por segundo año consecutivo en la final de la Copa del Rey. Un torneo que, a diferencia de muchos equipos, se toman en serio y acaban recogiendo los frutos de la estupenda gestión de un equipo modesto que año tras año se ha asentado como uno de los equipos medios de la Liga española.
Habría sido una eliminatoria cotidiana si no fuese por la jugada del empate. Un jugador del equipo que va ganando, Garay, a 10 minutos del final cae al suelo y pide que se pare el juego. La jugada sigue y termina en gol. Antes que nada, decir que Garay se lesionó en ese lance para 6 semanas y que mi crítica obviamente no va contra él.
Desde hace mucho se extendió casi de forma tácita un gesto de fair-play que consistía en echar el balón fuera y parar el juego cuando un jugador se quedaba tendido en el terreno. Se le atendía, se perdía el tiempo que fuese y se reanudaba el juego. Desgraciadamente, con el paso del tiempo este gesto se ha manipulado de tal modo que siempre que un equipo quiere perder tiempo sus jugadores se tiran medio partido en el suelo (quejándose de las uñas, las espinillas de la cara o lo primero que tenga a mano) para detener el juego todo lo posible y que se pierda todo el tiempo que su caradura les deje. Es muy triste y lamentable que un gesto de juego limpio se haya aprovechado en un arma de juego sucio. Por eso, y el de ayer no es el primer caso ni de lejos, a todos los jugadores, entrenadores, etc que reivindican un poco de fair-play deberían plantearse si antes no han sido ellos los que alguna vez han querido usar la picardía que tanto le gusta a los periódicos y que en esta ocasión, la situación ha hecho un efecto boomerang y como en el cuento de Pedro y el lobo se han quemado con sus propias brasas.
Insisto que no es una crítica a la situación de ayer, sino una reivindicación de que si los deportistas no saben gestionar el juego limpio, deberán ser los árbitros los que lo hagan.... y que dios nos coja confesados.
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