Cuando tras la derrota en el Emirates le preguntaron en rueda de prensa a Pep Guardiola sobre la mala suerte de no haber matado el partido, casi sin tiempo para dejar acabar la pregunta espetó: "Sí, la mala suerte... y los errores del árbitro". Fueron sus primeras palabras en la rueda de prensa, para quejarse amargamente del arbitraje... y sin que nadie le preguntara del tema.
Vio la eliminatoria complicada y lloró. Sin embargo, en el partido de vuelta no se quejó. Pasó lo de casi siempre, ya es que ni merece la pena comentarlo. Sería uno de esos arbitrajes que pasarían a la historia de la champions si es que no estuviéramos acostumbrados a que el fin justifica los medios, a que el mejor es el mejor, y si no lo demuestra, hay que echarles una mano.
En el Pizjuán, ayer Pérez Lasa volvió a liarla. Anula un gol a Messi, precedido de una falta inexistente (que casi nadie parece visto). Y se come un penalty en cada área. El entorno culé habla de robo y chorradas así, mientras que Pep vuelve a usar ese disfraz de cínico que tan bien le queda y dice que un entrenador del Barça no puede quejarse de los arbitrajes.
Y lo más increíble es que lo dice sin pestañear. Quizás se lo crea, incluso. O quizás se ve amparado por ese colchón de 5 puntos y calcula que de momento le es más rentable mantener esa imagen tan falsa, tan hipócrita. Si la liga se aprieta, si incluso el Madrid comete la machada de remontar, veremos si mantiene esa actitud tan autocomplaciente.